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domingo, 28 de abril de 2013



La ética de la sinceridad

Si este texto le parece desordenado, es porque, probablemente, ese es su propósito. No le saludo porque no sé si estoy frente a usted o a sus espaldas. Así, sobre Martí, y no en verso baladí ni rimas forzadas, quiero mi alma dejar aquí. No puedo reflexionar sobre ética y estética pues he sido reparado varias veces y eso me impide ser sincero. Cinética es mi memoria en esto de atender a las posibilidades; sin ética es la historia de las decisiones, es tétrica, más llena de fantasmas que de esperanzas. Claro, es obvio (detestable palabra, ¿cómo jugar con ella?).

Parece que la estética de Martí planteaba una ética de la sinceridad: el arte solo cuando es reflejo de la verdad es útil, bello, aporta a la construcción del hombre.

Parece que yo, pretensioso, busco en estas palabras lo que alguna vez Savater, citando a un amigo suyo, llamó la estética del estremecimiento: pues no es solo lo armónico lo que nos convoca, sino todo aquello que pueda sacudirnos, hacernos vibrar, y "cuando pase el temblor" (Cerati), hacer la catarsis.

¿En qué íbamos? Sí, Martí también tenía entre sus ideales la justicia, que esperaba no solo para su gente sino también para la poesía (para ella y desde ella). La libertad, este ideal, ordena los deseos y las letras, la filosofía, las cadenas.

Sintetizar el pensar es una soga al cuello. Debí comenzar por aquí. Vale.


¿Para qué la literatura en tiempos de violencia?

"El silencio ante Auschwitz puede ser el olvido, obviamente, pero también puede significar una forma de expresar lo  indecible, lo incomunicable a través de otras formas de expresión (…) es a través del lenguaje, en toda la gama de sus formas expresivas dentro de la cultura, el medio a través del cual podemos transmitir la memoria de ese horror, y el de otros todavía vigentes." (Bárcena – Mélich, 2000)

La literatura puede ser complicidad o resistencia, pero siempre tiene "algo de ajena" al sistema, que no la puede controlar totalmente. Ahora, cuando se trata de analizarla como expresión en tiempos de violencia, hay que entenderla como necesidad, como ejercicio de memoria para mantener viva la polémica acerca de causas, consecuencias, responsabilidades con el pasado y el futuro (pues el presente, efímero, intangible deja de ser importante); lo que viene es siempre una oportunidad.

Los textos pueden ser espejos para los afligidos (Petit, 2003), un enfrentamiento consigo mismos vislumbrando una raya de luz sanadora; combatiendo así la "industria del miedo" que denuncia Eduardo Galeano; conjugando nuestros saberes e ideas en una pedagogía de la esperanza (Freire) que nos invite a leer la vida de nuevas maneras,  en torno al respecto de la alteridad y los aprendizajes significativos como ladrillos vitales en el armado de sociedad. Aquí, la literatura se reafirma como herramienta, como arma de construcción masiva y personalizada, como paradoja deleitable, al alcance de todos, distrayéndonos de la tentación de invadir países o personas con fines materialistas, haciéndonos olvidar rencores con nosotros o los otros, ayudándonos a entender el porqué de las cosas y dándonos más preguntas para debatir, para disfrutar de la controversia.


Giovanny Oliveros P.

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